Hoy os quiero contar, una Semana Santa en Santa Cruz de Mudela que para mi fue especial, no recuerdo bien el año, pero debería rondar allá entre 1955-1957.
Yo por aquel entonces ejercía de acólito (en sentido coloquial, monaguillo).Terminados los Santos Oficios de aquel Jueves Santo, siendo Párroco Don Antonio Moreno Maroto, se hicieron los consiguientes preparativos para la procesión.
Y he aquí la gran sorpresa que todos los que estábamos allí nos llevamos, hizo su aparición en la Iglesia un joven de unos 30 años vestido con la túnica de nazareno, el pelo largo y barba rala, que al igual que lo hubiesen sacado de una estampa, era lo mas parecido a Jesucristo.
No traía calzado, y en las manos unas gruesas cadenas de hierro, con las que dijo quería llevarlas atadas a los pies. Su intención era cumplir una promesa echa, y después de un tira y afloja entre esta persona y sus familiares con el Párroco (el cual se negaba) expuso lo que iba a hacer. Saldría de la Iglesia detrás del Nazareno, descalzo, con las cadenas antes mencionadas puestas en los tobillos, y con la Cruz maciza a sus hombros durante todo el recorrido.
Casi todos pensaban que era algo imposible, que una penitencia así, seria muy dura de sobrellevar, y dudaban que pudiese cumplirla sin antes desfallecer, pero nunca se sabrá que fuerza sobrenatural lo llevó a realizarlo.
Fui como dije, testigo de primera línea, lo vi salir en la procesión, y dada mi especial condición de monaguillo, pude seguir todo el recorrido, haciendo viajes desde la cabecera de la procesión, hasta donde iba el penitente.
Aún parece que escucho el tintineo de las cadenas sobre las piedras al arrastrarse, y su cara de padecimiento.
Cayo al suelo varias veces, intentaron persuadirle, pero con gesto de dolor, pero al mismo tiempo decidido, siguió su particular penitencia, momentos antes de terminar la procesión, me adelante hacia el interior de la Iglesia, no sé si seria mi inocencia infantil, o acaso mi asombro ante tan descomunal tarea que se había impuesto, pero quería ver de cerca, como terminaba ese particular Vía Crucis.
Llegado al final del recorrido, quiso entrar hasta el altar, para allí depositar la Cruz, pero ahora si que ya no se lo consintieron, se la arrebataron de sus manos, y así, dando verdaderas muestras de fallecimiento, y apoyado en sus familiares, fue a postrarse hasta el altar.
Allí le esperaba el Párroco, Don Antonio, que con lagrimas en los ojos, (creo que es la única vez que le vi llorar) le dijo, ya está bien hijo mío, en verdad que cualquier pecado que hayas cometido, o agradecimiento que demostrar, lo has cumplido sobradamente. Y a continuación, el penitente fue sacado por sus familiares y llevado a su casa.
No sé, ni nunca supe quien era esta persona, ni sé si alguien lo recordará. Ni lo que llevo a este hombre a realizar dicho acto, pero de lo que si estoy seguro es, que desde ese día, le di más valor al ser humano, capaz de realizar si se lo propone, los actos más altruistas, por mucho dolor que esto conlleve.
Si le sirvió de algo a esta persona, tanto a nivel divino como humano, tampoco lo sabré, pero estoy completamente convencido que, tanto a él, como a cualquier persona, cualquier empresa, por muy lacerante y dura que sea, es posible llevarla a cabo cuando uno tiene fe en lo que hace.
José Marín de la Rubia