GAÑANES
Un señor con traje y
corbata a la antigua usanza que iba paseando tranquilamente por la Gran Vía de
Madrid tuvo el mal acierto de tropezar con una silla de una de las muchas
terrazas que por allí proliferan, con tan mala fortuna, que fue a darse de
bruces con otro viandante sin poder evitarlo, intentó balbucear una disculpa
dentro de su acaloramiento, y se encontró con una respuesta, que lejos de ser
hostil, pretendía ser grosera, maleducada y en tono despreciativo le espetó, ¡¡
Gañan !!, parece que acabas de salir del pueblo.
Ante tamaña injusticia, y
recomponiéndose como mejor pudo su atuendo se encaró con el que a su modo de
ver le estaba increpando despreciativamente y le dijo después de disculparse
educadamente.
-Mire usted señor, aquí donde
me ve, tiene ante usted un abogado de cierto renombre, -aunque no venga al caso
aludir donde trabajo- que gracias a ese pretendido insulto que ha dirigido
usted hacia mí en tono peyorativo, quisiera aclararle ciertas cosas, ya que
puedo observar que sus entendederas dejan bastante que desear al intentar
insultar sin saber a lo que alude-
-Cierto es que no soy Gañan,
pero sí le puedo decir que provengo de esa ilustre rama de trabajadores a los
que todos denostaban e insultaban tiempos atrás, aunque no tan lejanos en el
tiempo como para que una persona con un mínimo de sensatez y cultura no sepa de
donde proviene-
-Mire señor, si tiene a bien
sentarse en este banco, y si no le molesta y tiene el suficiente tiempo para lo
que le voy a decir, me gustaría aclarárselo, todo ello sin intención de que
crea que le estoy intentando confundir. Extrañado, -y a la vez confuso e
intrigado-, accedió a sentarse con el ánimo de escuchar a aquel desconocido, ya
que -a su pesar- era una de las pocas veces que podía conversar con una persona
en un lugar tan poblado y a la misma vez tan desierto-
Una vez tomado asiento -y
gracias al Sol de Primavera- hacia mas reconfortante la decisión que había
tomado. Educadamente -al igual que anteriormente- el señor del tropezón saco de
uno de sus bolsillos un paquete de cigarrillos rubios e invitó a coger uno a su
accidental contrincante dialéctico, este lo admitió, casualmente tenían
el mismo defecto, -o la misma virtud- de fumar la misma marca que le ofrecía,
encendieron sendos cigarrillos, y después de exhalar unas buenas bocanadas cada
uno, pareció que la tensión iba disminuyendo al igual que se consumía el humo
de los cigarrillos.
Rompiendo el silencio el abogado dijo.
-En primer lugar quisiera presentarme, mi nombre es Marcelo vivo en Madrid desde haces tantos años que ya no lo recuerdo, y mis orígenes son Manchegos-
El interpelado le miró y tras unas décimas de indecisión, le alargo la mano para estrechársela al mismo tiempo que le contestaba.
-El mio es Isidro, panadero de profesión y soy natural del mismo Madrid-
Y a continuación le espetó, -
¿por qué se ha sentido tan ofendido con mi respuesta después de
haber tropezado conmigo?-
-Verá -dijo Marcelo- si le
sirve de consuelo, no me he sentido ofendido por el exabrupto que me ha
dirigido a mí, sino porque ha ofendido, -posiblemente sin proponérselo- a mi
familia, y a un colectivo que merecen toda mi admiración, quisiera explicarle
el porqué de esta cuestión-
Acomodándose un poco más en
el banco y volviendo a encender un nuevo cigarrillo miró hacia el Cielo azul y
se dispuso a narrarle lo que aún -después de tantos años- jamás podría olvidar.
-Isidro, como ya le he
adelantado, nací en un pueblecito de la Mancha, y en una familia en la que
todos sus miembros estaban dedicados a las labores del campo, obvio es decir
que cuando tuve la mínima fuerza en mi pubertad, yo también asumí las mismas
tareas que los demás familiares desarrollaban-
-Nuestra jornada comenzaba a
las 5 de la mañana, antes de que despuntase el alba, en primer lugar -y después
de asearnos- entrabamos en las cuadras y preparábamos los animales con sus
arreos correspondientes, pasábamos por la cocina y agarrando algún mendrugo de
pan sobrante de la frugal cena anterior, nos poníamos en camino del campo, en
el cual asumíamos la responsabilidad de hacer que la tierra diese sus frutos-
-Mi padre agarrado al ronzal
de su mula, siempre caminaba a mi lado por los terrosos caminos, siempre lo
recuerdo con la cabeza alta y el andar pausado, presto en todo momento a
indicarme si anunciaba el día algún cambio en el clima, nunca supe como lo
hacía, pero casi siempre acertaba en sus vaticinios meteorológicos-
-Teníamos un largo trecho que caminar hasta lo que llamábamos “el tajo”, que es donde el anterior día habíamos dejado la faena, para retomarla de nuevo, y en ese camino mi padre siempre me decía el mismo discurso.
-Mira Marcelo, este no es el futuro que
deseo para ti, en cuanto tengas un año más tengo pensado enviarte a un buen
colegio de Madrid, quiero que tu no seas como nosotros, que no tengas que
depender de las inclemencias del tiempo, y sobre todo, de los que no labran la
tierra, pero que nos obligan a que agachemos la cabeza para sacar un jornal con
el cual podamos malvivir y ellos saquen unos grandes beneficios a costa de
nuestro esfuerzo-
Bien que cumplió mi querido y añorado padre, al siguiente año me matricularon en un renombrado colegio de Madrid, allí comencé mis estudios.
Nunca me faltó nada para que pudiese seguir
cursando. Mi madre me escribía frecuentemente y me animaba a seguir estudiando
duro para que fuese algún día, -como ella decía- “un hombre de provecho”,
aguanté burlas y escarnios, y en vez de venirme abajo, me hacían más fuerte
cada día y estudiaba con más ahínco si cabe, y por fin llego el día soñado,
dentro de un mes -le anuncié a mi madre por carta- es mi graduación en
Abogacía, espero que asistáis a la graduación, nada me haría más feliz que
estuvieseis a mi lado, ya que todo se lo debo a mi querido padre, y a ti, por
esforzaros para que no decayese en los momentos más difíciles.
La respuesta a mi carta fue demoledora, mi madre me decía.
-Querido hijo, nunca estarás solo, asistiré a tu
graduación aunque sea lo último que haga en esta vida, pero por desgracia, tu
padre no podrá asistir. Para no turbar tu concentración no quise decirte nada,
pero hace una semana que tu padre reposa para siempre en el cementerio del
pueblo, estaba muy mal cuando me enviaste tu última carta, pero el ya sabes
cómo era, no quiso que te dijese nada para no desconcentrarte, eso sí, me dijo
con lágrimas en los ojos, dale un beso muy fuerte de mi parte a Marcelo, dile
que en lo único que le he fallado, y lo que más siento, es no poder verle antes
de abandonar este mundo su graduación, pero anúnciale que siempre estaré a su
lado, y que jamás dejé de pensar en él, fueron sus últimas palabras-
Unos días después, fui a esperar a mi madre. La estación de Atocha estaba repleta de personas y maletas, me era difícil divisar a la persona que esperaba, pero de improviso, una arrugada mano me asió de la manga y tirando levemente me dijo.
-¿Marcelo, ya no me recuerdas?, soy tu madre-
Bajé los ojos y descubrí a una mujer demacrada y
mucho más envejecida de lo que me imaginaba, con una maleta de cartón por todo
equipaje, se puso frente a mí y me miró directamente a los ojos, no me cabía la
menor duda, eran los ojos de mi madre, la que me cuidaron cuando era niño, eran
los que ahora me miraban directamente, con una ternura que jamás he encontrado.
Preso de la emoción, y sin poder articular palabra, me abracé a ella y sentí el calor que durante tantos años había añorado.
Salimos de la estación y nos fuimos directos a la pensión
donde yo residía. Allí ya no pude contenerme más, y le pedí a mi madre que me
explicase cómo había fallecido mi padre, ella, sentada en una silla, serena y
con la mirada puesta en mí me dijo.
-Hijo, puedes estar tranquilo, no sabemos si habrá Cielo o no, pero allá donde esté, puedes estar orgulloso de tu padre.
Jamás dejó de trabajar de Gañan, se partió el alma con tal de que su querido hijo pudiese seguir estudiando, no le importaban los crudos inviernos, ni los agobiantes calores de agosto, el seguía acérrimo a sus ideas, no quería que su hijo tuviese el mismo destino que para el habían forjado.
No quiso hacer caso cuando ya, muy enfermo y trastabillando se preparaba para ir al campo, le decía, debes descansar, no puedes matarte a trabajar así, pero siempre tenía la misma contestación.
Todo lo que haga ahora, será bien para el chico, y eso es lo único que me importa y deseo.
Así acabaron
sus días, con la esperanza puesta en ti, y en tu futuro, jamás pensó en el, ni
en su delicada salud, todo lo hizo por tu bien, y para que nunca te sintieses
defraudado
Mi padre dio su vida por mí,
un simple gañan de la tierra consiguió lo que muchos con más recursos no han
sido capaces, que su hijo pudiese ser lo que ahora soy, un abogado de cierto
renombre en la capital de España, y todo eso fue a costa de su sudor,
privaciones y matarse a trabajar en el campo.
-Espero, -concluyó Marcelo-
que comprenda amigo Isidro que haya sido mi respuesta tan acalorada a su
intención de insultarme, pero no era a mí a quien ofendía, si no a quien hizo
la labor de que yo pudiese caminar por esta acera y chocar fortuitamente con
usted-
Se levantaron del asiento,
Isidro le tendió la mano y la estrechó, no supo o no quiso decir nada, pero al
darse la vuelta para retomar su camino, una pequeña lágrima afloró en sus ojos,
pensó en la harina tantas veces utilizada en su trabajo, sin saber que, detrás
de cada uno de esos sacos había una historia de trabajo y sacrificio, y quizá
nunca seria ni contada, ni recordada.
Este pequeño homenaje va
destinado a esos humildes labriegos llamados Gañanes, que hoy en día a quien se
lo dicen, lo toman como síntoma de desprecio y peyorativo.
Cualquiera que escuche que
se les alude como “Gañanes” no se crean menospreciados.
Nada más lejos de la
realidad, ya que fueron una raza de hombres y mujeres que dieron todo por la
tierra, sin la cual, nadie sobreviviría.
Autor: Pepe Marín de la Rubia