viernes, 19 de diciembre de 2014

NAVIDADES EN BLANCO Y NEGRO







Se acerca la Navidad, y con los años que ya tengo, no es que haya perdido la ilusión por estas fiestas, solo que hay cosas que, por mucho que nos empeñemos, jamás serán igual.

Unas veces porque se han visto tantas cosas, que ya cuesta creer, otras, porque muchos de nuestros seres queridos ya no están entre nosotros, y que la Navidad se ha convertido (una más) en una fiesta del consumismo desaforado de esta sociedad que no sabe hacia dónde camina, pero lo que nunca admitiré y aborrezco, es que en estas fiestas hay que ser feliz por decreto.

No obstante, -y a sabiendas que me tildaran de nostálgico-, me gustaría relatar en breves y concisas palabras, (en esta ocasión letras) las Navidades de mi juventud.

En esos tiempos era costumbre en las familias cantar villancicos alrededor de una lumbre, acompañados por la clásica zambomba, echa de piel de conejo curtida  tensada y atada sobre una maceta invertida, la pandereta, una cacerola atacada por una cuchara y una botella de anís estriada rasgada por el cuchillo de la cena, era todo el arsenal de artilugios que necesitábamos para amenizar tan dichosa noche, pero eso amigos, pasó a la historia.

Noche que por otra parte esperábamos ansiosos, ya que era uno de esos días señalados en el almanaque para deleitarnos con una cena que no era al uso, y, aunque no se tratasen de los grandes manjares que ahora decoran las mesas, a nosotros nos sabían a gloria bendita, degustar un pollo de corral en pepitoria, que con tanto esmero y cariño nuestras familias habían ido reservando para tan ilustre noche, no era plato habitual en esos años, aunque ahora nos parezca vulgar e irrisorio.

Y rayando la medianoche, toda la familia nos acercábamos a la Iglesia para escuchar la misa del “gallo”, llamada así por tan intempestiva hora, pero que según la Iglesia había que celebrar, ya que a partir de las doce de la noche se entraba en el día de Navidad, en que según los “eruditos” nació Jesús, y con gran algarabía de todos, hacíamos sonar todo tipo de instrumentos al tañer las campanas a las doce de la noche.

Después de la consabida celebración, era costumbre en nuestro pueblo, sobre todo los jóvenes, ir a la celebración de la “Zonga”, que para quien no sea de la zona, le sonará a baile exótico, pero que no era otra cosa que reunirse las pandillas de amigos jovenzuelos en algún lugar previamente destinado para dar rienda suelta a todo tipo de exaltaciones, y que por regla general, solían terminar, si no con un coma etílico, si con una desmedida alegría por parte de todos los componentes de la panda que nos reuníamos, eso sí, después de haber liquidado buena parte de las provisiones que de nuestra precaria cartera nos habían permitido reunir, entonces, y por consenso general, se disponía hacer una incursión por todo el pueblo para hacer alguna visita a las demás “pandillas” en sus cuarteles de fiesta.

Ataviados con nuestras mejores galas, camisas rotas, pantalones impresentables y algún que otro zapato perdido en cualquier rincón de un vertedero imaginario, y con los restos de nuestras precarias botellas, -en este caso medio vacías-, dábamos la murga con  nuestros mejores ornamentos sonoros para solicitar el preciado trago que a nosotros nos faltaba.

Y al igual que nosotros anteriormente lo hicimos con los que se acercaron a la lúgubre covacha en que nos encontrábamos, y les dimos todo lo necesario para proseguir la fiesta, así nos correspondían a todos a los que osábamos de esa guisa atrevernos a “mendigar” un poco de los preciados licores que pudiesen surtirnos para seguir la juerga, y que mejor modo sino cantando unos villancicos, que a buen seguro no los habría igualado ni el mismísimo orfeón de la iglesia, (por los gallos que soltábamos).

Lo curioso y a la vez increíble era que, al filo de despuntar el alba, todos y en gran armonía, íbamos cantando por las calles del pueblo. Para rematar la noche era de obligado cumplimiento tomar el chocolate, al que algunos se empeñaban en decir –y hacer- que con picante o ajos fritos sabía mucho mejor, y entre traspiés y deseándonos una feliz Navidad, terminábamos abandonando la calle según pasábamos por nuestras correspondientes casas.

Obvio es decir que nuestros queridos padres estaban esperándonos, y que, aunque la reprimenda fuese de órdago por la forma tan calamitosa en la que acudíamos, no podían disimular la sonrisa pensando en que ellos también en sus años jóvenes habían echo igual que nosotros en esas fechas, y ya tenían preparada la cama, para que durmiésemos los etílicos sueños de esa gran nochebuena en los mismísimos brazos de  Morfeo.

Como se puede apreciar, poco ha cambiado en cuanto a celebraciones, pero si hay un pequeño gran detalle que no ha de pasarse por alto.

Y es que al final, todos éramos iguales, tanto al comenzar la fiesta como al terminarla, y así seguía durante todo el año, nunca hubo ni vencedores ni vencidos, todos habíamos disfrutado de una Nochebuena en Paz y armonía.

Y como mandaba la tradición de esos años, allí estábamos todos el día de Navidad en misa de doce, con unas ojeras que ni un oso Panda las podía igualar, para besar los pies del pequeño recién nacido Jesús.

La mayoría de nosotros no comulgábamos con esas creencias que se nos imponían, pero digno es de mencionar que, al margen de toda esa parafernalia que a nosotros nos parecía superflua, nos unía algo más que la celebración en sí de la Pascua, era ni más ni menos que, y a pesar de todo, nos sentíamos unidos en un mismo propósito, ser amigos y pasarlo bien sin menospreciar a nadie.

Pasarlo bien con la familia y con los amigos era nuestra meta, y dar gracias porque un año más pudiésemos celebrar otra Navidad con todos nuestros seres queridos.

Algo que con el paso de los tiempos es imposible de repetir, ya que por el camino se nos han ido tantos seres queridos, que aunque sigamos celebrando la Navidad, como decía al principio, nunca serán iguales.

Me gustaría que, ya que nosotros, los que peinamos canas unos, y a otros, a los que el pelo les brilla por su ausencia, la juventud de ahora, -que justo es decirlo, tienen el derecho y la obligación de divertirse-, acabasen como nosotros lo hacíamos, no solo abrazados a una botella, sino todos juntos y deseándose la paz que cada día necesita más esta sociedad.

A TODOS, FELIZ NAVIDAD