domingo, 7 de abril de 2013

DE CUANDO FUI BOTONES EN EL CASINO








Rondaba yo los 9 años de dad, con lo cual, -ya que no me importa decir la edad- estábamos en el año del Señor de 1959 cuando fui ensalzado al grado de Botones del Casino, para los que conocen el pueblo, Circulo de Recreo, y coloquialmente hablando, el Casino de los señoritos.

Con mi incipiente pubertad por llegar, ya me había convertido en un asalariado mas de mi familia, (que gracia tiene esto), e ingresaba un jornal de nada mas y nada menos que ¡¡30 duros al mes!!, que si hacemos la conversión de las pesetas a los actuales y “antipáticos” euros, suponía 0,90 céntimos de euro mensuales.

Fue un trabajo improbo, ya que tenia que dejar de ir al colegio por las tardes y acudir a mi cita diaria para atender las solicitudes de tan ilustre personal que por ese lugar solía concurrir, pero las circunstancias mandaban, y había que hacer frente a las penurias que en esos años “casi” todos padecíamos.

No obstante fue un buen aprendizaje en la vida, ya que pude observar lo mejor y lo peor que llevamos dentro el ser humano, y a fe que me vino muy bien, ya que aprendí algo tan sutil e importante como no perder nunca la dignidad, cosa que en muchos adultos que veía en ese tiempo y lugar, era algo que parecía no importarles mucho.

Ya me advirtieron que, de lo que viese o escuchase allí, nunca debía mencionarlo, y como buen cumplidor de mi palabra, solo comentaré algunas anécdotas, pero sin mencionar nombre alguno, para así, no herir la sensibilidad de esas grandes personas, que se jugaban -hasta si era preciso- la mujer en una partida de cartas. Hecho este que circulaba por los corrillos del pueblo, y que a buen seguro que tal y como dice el refrán, -cuando el río suena, agua lleva- .

Allí conocí a personajes ilustres -como comentaba antes, al que no viene al caso aludir-, que viendo como todos los ahorros de una vida se iban en un suspiro en el juego del Gilei,, las siete y media u algún otro juego similar, no reparaban en sacarse el reloj de oro de su muñeca y ponerlo encima del tapete verde para ver si así cambiaba su maldita suerte jugando todo a una sola partida.

Yo, que ganaba lo que he comentado al principio, y con mi escasa cordura de la niñez, no dejaba de sorprenderme ante tamaña injusticia, ya que mi familia tenia que hacer grandes esfuerzos para salir adelante, mientras otros dilapidaban fortunas en una sola noche.

Tuve que sufrir la falta de ética que se nos presuponía a los pobres asalariados, y devolver el billete de 5 duros, que con alevosía dejaron tirados en el suelo de la pequeña biblioteca para ver que grado de honradez tenia. Gracias a mi querido padre, que antes de que yo pusiese el primer pie en el susodicho Casino me advirtió, -Pepe, si ves algo que no está correcto, nunca lo hagas-, ¡¡jamás se te ocurra coger dinero que no te pertenezca!!, devuélvelo a tu superior, ya que el sabrá que hacer, al mismo tiempo que tu quedarás exento de querer aprovecharte de algo que no te pertenece y garantizaras tu honradez y la de tu familia.

Creo que con lo expuesto hasta ahora, os podéis imaginar hasta donde llegaba la “confianza” que se depositaba en los que solo íbamos a ganarnos un “misero” jornal para salir adelante, pero bueno, no solo ocurrieron estos hechos, -para fortuna mía-, ya que hubo de todo como en la viña del Señor.

No todo fue nefasto, también tengo recuerdos gratos en el tiempo que duró este pequeño y audaz trabajo, aconteceres mas o menos alegres, divertidos y hasta audaces.

Cuando llegó el carnaval, cierto es que me lo pasé de lo mas divertido, en aquellos tiempos era muy típico -al menos en el Casino- tener un “organillo” con el que amenizar las fiestas, y obvio es decir que me lo pasaba “bomba” dándole a la manivela y como por arte de magia surgieran unas melodías que hacían bailar al menos dado a ese arte.

En esos tiempos conocí por primera vez el afable e inquebrantable “Nati”, que ya apuntaba maneras de lo que iba a ser su vida, persona dicharachera y presto a hacer las delicias de los que por allí trabajamos para hacernos reír, y que decir del encargado de la cafetería, Sabino, gran persona y mejor trabajador, servicial donde los hubiese, creo que si la memoria no me falla, fue el primero en ofrecerme un café con leche, pena me da -ya que aún vive- de ver como no puede valerse por si mismo.

Allí también comencé a ver por primera vez la televisión, (en blanco y negro) que nos parecía algo mágico, y como no, recuerdos imborrables de atender el teléfono, aquel teléfono negro de baquelita adosado a la pared, y al que tenia que poner una silla para poder acceder y descolgar, no es que haya crecido mucho en mi vida, -corto de talla que es uno- pero ya os podéis hacer una ligera idea la altura que tenia este pequeño ser para atender semejantes circunstancias y responder con presteza y diligencia las llamadas, no sé como no me pegué algún batacazo cuando corriendo iba y me encaramaba al sillón y descolgar el teléfono, tenia su por qué, ya que la mayoría de las veces preguntaban por algún cliente asiduo para darle un mensaje, y como recompensa había propina para el transmisor, -en este caso yo- ¡¡ imagínense lo que se podía hacer en aquellos tiempos con una peseta !!, y eso, -que para ellos era una miseria-, para mi era todo un tesoro con el que podía comprar infinidad de chucherías, aunque generalmente me lo ahorraba para poder comprar en casa de Melanio el famosisimo Guerrero del Antifaz, o en su caso si no lo había, El Jabato. Cualquiera que haya vivido esa época sabrá a que me refiero, todos los chicos estábamos como locos por esos folletines del tres al cuarto, claro, eso es lo que me parece ahora, pero en nuestra pequeñas seseras de entonces, nos parecía lo mas espectacular que se había escrito.

Quizá por leer ese tipo de bodebiles en versión cruzada, tuve la suerte de poder salir airoso de una escaramuza con chiquillos de mi edad.

Invariablemente todos los días, el conserje del Casino, que era mi jefe directo, me hacia ir a la confitería de Casa Arenas a por unas Magdalenas, que con un buen vaso de café con leche se merendaba con verdadera fruición.

Al cabo de unos días, pude observar como una pandilla de chavales de mi edad, -creo que eran unos cuatro- no hacían nada mas que seguirme y burlarse de mi y mi atuendo, ya que si antes no lo había mencionado, tenia que llevar obligatoriamente una vestimenta apropiada para el fin que estaba desarrollando, (lastima no haberme echo una foto de esa guisa), consistía en un pantalón largo y una chaquetilla abotonada hasta el cuello con botones dorados y de color gris claro la tela.

Como a mi me habían educado de manera de que no me metiese en líos y obviase cualquier provocación, no les di importancia, y sin prestarles la mayor atención, hacia mi recorrido habitual sin importarme lo que dijesen, no sé si fue acertada mi actitud, ya que, esta mencionada cuadrilla se envalentonó ante mi pasividad, y un buen día noté que no me seguían, volví yo de nuevo con el citado encargo diario y me encontré de improviso que, en el cancel que daba entrada al Casino se habían apostado para esperarme con el ánimo de ultrajarme lo mas que pudiesen, mi sorpresa fue mayúscula, ya que el que parecía ser el cabecilla del grupo se adelantó y le pegó un mandoble a la mano que soportaba las citadas Magdalenas tirándolas al suelo, no se como, pero supe en ese momento que la cosa pasaría a mayores, y mi mente saturada de los tebeos del Guerrero del Antifaz hizo su aparición, recordé que una de las premisas en las peleas y guerras era que, si derribabas al jefe o cabecilla, los demás se retirarían en desbandada, faltos de las ideas del que consideraban su adalid, dicho y echo, no se de donde saque el valor y las fuerzas, pero mi puño cerrado fue a impactar directamente con la nariz del mencionado cabecilla, y un hilo de sangre comenzó a salir por sus fosas nasales, antes de que pudiesen reaccionar, volví a la carga y descargué una patada no se donde, pero hizo el efecto que esperaba, se retiró a un rincón gimiendo, mientras los demás miraban con asombro como su jefe se batía en retirada, en ese instante solo me quedaba una solución, ahora o nunca, y armándome de un valor inexistente dije, ¡¡ ahora el siguiente !!, ni que decir tiene que ante el alboroto y la cobardía que se apoderó de la banda, salieron corriendo como si el mismísimo diablo les persiguiese. Compungido y aún temblandome las piernas, noté como se abría la puerta del Casino y aparecía el conserje, al ver su anhelada merienda en el suelo me espetó, ¿ que ha pasado Pepe ? Nunca sabré si hice bien o mal, solo se me ocurrió decirle que, a la entrada de la cancela había tropezado y se me había caído el paquete que con tanto esmero le traía a diario, para mi extrañeza, puso cara angelical y dijo, no te preocupes, a cualquiera le puede pasar eso, acto seguido se metió la mano en el bolsillo y me dio unas monedas diciéndome, no te apures mucho y ve a comprar otras, que esto tiene solución.

A partir de aquel día, vi al conserje de otra manera distinta, supe que entre todo lo que allí se encontraba dentro, y que creía que estaba podrido, alguien había que se salvaba de esa idea que había calado en mi corta sesera.

Cabe reseñar que, un tiempo después de nuevo apareció la susodicha pandilla, pero cual no fue mi sorpresa que se acercaron a mi y en un tono de lo mas conciliador me espetaron, -eres todo un valiente, si alguna vez necesitas de nosotros, aquí estaremos para ayudarte-.

Jamás volví a verlos, o al menos mi memoria no recuerda de que hubiese algún encuentro mas, solo sé, que a partir de ese momento sentí que, está bien ser buena persona, pero si te dejas avasallar por las circunstancias, cualquiera puede hacerse con tu voluntad.

Creo que me  he extendido demasiado en mi relato, cierto es que hubo mas anécdotas, a cual mas curiosas, pero el lector sabrá apreciar y leer entre lineas que, ni todo acaba bien, ni acaba mal, solo es según el cristal con que se mire.