Rondaba yo los 9 años de
dad, con lo cual, -ya que no me importa decir la edad- estábamos en
el año del Señor de 1959 cuando fui ensalzado al grado de Botones
del Casino, para los que conocen el pueblo, Circulo de Recreo, y
coloquialmente hablando, el Casino de los señoritos.
Con mi incipiente
pubertad por llegar, ya me había convertido en un asalariado mas de
mi familia, (que gracia tiene esto), e ingresaba un jornal de nada
mas y nada menos que ¡¡30 duros al mes!!, que si hacemos la
conversión de las pesetas a los actuales y “antipáticos” euros,
suponía 0,90 céntimos de euro mensuales.
Fue un trabajo improbo,
ya que tenia que dejar de ir al colegio por las tardes y acudir a mi
cita diaria para atender las solicitudes de tan ilustre personal que
por ese lugar solía concurrir, pero las circunstancias mandaban, y
había que hacer frente a las penurias que en esos años “casi”
todos padecíamos.
No obstante fue un buen
aprendizaje en la vida, ya que pude observar lo mejor y lo peor que
llevamos dentro el ser humano, y a fe que me vino muy bien, ya que
aprendí algo tan sutil e importante como no perder nunca la
dignidad, cosa que en muchos adultos que veía en ese tiempo y lugar,
era algo que parecía no importarles mucho.
Ya me advirtieron que, de
lo que viese o escuchase allí, nunca debía mencionarlo, y como buen
cumplidor de mi palabra, solo comentaré algunas anécdotas, pero sin
mencionar nombre alguno, para así, no herir la sensibilidad de esas
grandes personas, que se jugaban -hasta si era preciso- la mujer en
una partida de cartas. Hecho este que circulaba por los corrillos del
pueblo, y que a buen seguro que tal y como dice el refrán, -cuando
el río suena, agua lleva- .
Allí conocí a
personajes ilustres -como comentaba antes, al que no viene al caso
aludir-, que viendo como todos los ahorros de una vida se iban en un
suspiro en el juego del Gilei,, las siete y media u algún otro juego
similar, no reparaban en sacarse el reloj de oro de su muñeca y
ponerlo encima del tapete verde para ver si así cambiaba su maldita
suerte jugando todo a una sola partida.
Yo, que ganaba lo que he
comentado al principio, y con mi escasa cordura de la niñez, no
dejaba de sorprenderme ante tamaña injusticia, ya que mi familia
tenia que hacer grandes esfuerzos para salir adelante, mientras otros
dilapidaban fortunas en una sola noche.
Tuve que sufrir la falta
de ética que se nos presuponía a los pobres asalariados, y devolver
el billete de 5 duros, que con alevosía dejaron tirados en el suelo
de la pequeña biblioteca para ver que grado de honradez tenia.
Gracias a mi querido padre, que antes de que yo pusiese el primer pie
en el susodicho Casino me advirtió, -Pepe, si ves algo que no está
correcto, nunca lo hagas-, ¡¡jamás se te ocurra coger dinero que
no te pertenezca!!, devuélvelo a tu superior, ya que el sabrá que
hacer, al mismo tiempo que tu quedarás exento de querer aprovecharte
de algo que no te pertenece y garantizaras
tu honradez y la de tu familia.
Creo que con lo expuesto
hasta ahora, os podéis imaginar hasta donde llegaba la “confianza”
que se depositaba en los que solo íbamos a ganarnos un “misero”
jornal para salir adelante, pero bueno, no solo ocurrieron estos
hechos, -para fortuna mía-, ya que hubo de todo como en la viña del
Señor.
No todo fue nefasto,
también tengo recuerdos gratos en el tiempo que duró este pequeño
y audaz trabajo, aconteceres mas o menos alegres, divertidos y hasta
audaces.
Cuando llegó el
carnaval, cierto es que me lo pasé de lo mas divertido, en aquellos
tiempos era muy típico -al menos en el Casino- tener un “organillo”
con el que amenizar las fiestas, y obvio es decir que me lo pasaba
“bomba” dándole a la manivela y como por arte de magia surgieran
unas melodías que hacían bailar al menos dado a ese arte.
En esos tiempos conocí
por primera vez el afable e inquebrantable “Nati”, que ya
apuntaba maneras de lo que iba a ser su vida, persona dicharachera y
presto a hacer las delicias de los que por allí trabajamos para
hacernos reír, y que decir del encargado de la cafetería, Sabino,
gran persona y mejor trabajador, servicial donde los hubiese, creo
que si la memoria no me falla, fue el primero en ofrecerme un café
con leche, pena me da -ya que aún vive- de ver como no puede valerse
por si mismo.
Allí también comencé a
ver por primera vez la televisión, (en blanco y negro) que nos
parecía algo mágico, y como no, recuerdos imborrables de atender
el teléfono, aquel teléfono negro de baquelita adosado a la pared,
y al que tenia que poner una silla para poder acceder y descolgar, no
es que haya crecido mucho en mi vida, -corto de talla que es uno-
pero ya os podéis hacer una ligera idea la altura que tenia este
pequeño ser para atender
semejantes circunstancias y responder con presteza y diligencia las
llamadas, no sé como no me pegué algún batacazo cuando corriendo
iba y me encaramaba al sillón y descolgar el teléfono, tenia su por
qué, ya que la mayoría de las veces preguntaban por algún cliente
asiduo para darle un mensaje, y como recompensa había propina para
el transmisor, -en este caso yo- ¡¡ imagínense lo que se podía
hacer en aquellos tiempos con una peseta !!, y eso, -que para ellos
era una miseria-, para mi era todo un tesoro con el que podía
comprar infinidad de chucherías, aunque generalmente me lo ahorraba
para poder comprar en casa de Melanio el famosisimo Guerrero del
Antifaz, o en su caso si no lo había, El Jabato. Cualquiera que haya
vivido esa época sabrá a que me refiero, todos los chicos estábamos
como locos por esos folletines del tres al cuarto, claro, eso es lo
que me parece ahora, pero en nuestra pequeñas seseras de entonces,
nos parecía lo mas espectacular que se había escrito.
Quizá
por leer ese tipo de bodebiles en versión cruzada, tuve la suerte de
poder salir airoso de una escaramuza con chiquillos de mi edad.
Invariablemente
todos los días, el conserje del Casino, que era mi jefe directo, me
hacia ir a la confitería de Casa Arenas a por unas Magdalenas, que
con un buen vaso de café con leche se merendaba con verdadera
fruición.
Al
cabo de unos días, pude observar como una pandilla de chavales de mi
edad, -creo que eran unos cuatro- no hacían nada mas que seguirme y
burlarse de mi y mi atuendo, ya que si antes no lo había mencionado,
tenia que llevar obligatoriamente una vestimenta apropiada para el
fin que estaba desarrollando, (lastima no haberme echo una foto de
esa guisa), consistía en un pantalón largo y una chaquetilla
abotonada hasta el cuello con botones dorados y de color gris claro
la tela.
Como
a mi me habían educado de manera de que no me metiese en líos y
obviase cualquier provocación, no les di importancia, y sin
prestarles la mayor atención, hacia mi recorrido habitual sin
importarme lo que dijesen, no sé si fue acertada mi actitud, ya que,
esta mencionada cuadrilla se envalentonó ante mi pasividad, y un
buen día noté que no me seguían, volví yo de nuevo con el citado
encargo diario y me encontré de improviso que, en el cancel que daba
entrada al Casino se habían apostado para esperarme con el ánimo de
ultrajarme lo mas que pudiesen, mi sorpresa fue mayúscula, ya que el
que parecía ser el cabecilla del grupo se adelantó y le pegó un
mandoble a la mano que soportaba las citadas Magdalenas tirándolas
al suelo, no se como, pero supe en ese momento que la cosa pasaría a
mayores, y mi mente saturada de los tebeos del Guerrero del Antifaz
hizo su aparición, recordé que una de las premisas en las peleas y
guerras era que, si derribabas al jefe o cabecilla, los demás se
retirarían en desbandada, faltos de las ideas del que consideraban
su adalid, dicho y echo, no se de donde saque el valor y las fuerzas,
pero mi puño cerrado fue a impactar directamente con la nariz del
mencionado cabecilla, y un hilo de sangre comenzó a salir por sus
fosas nasales, antes de que pudiesen reaccionar, volví a la carga y
descargué una patada no se donde, pero hizo el efecto que esperaba,
se retiró a un rincón gimiendo, mientras los demás miraban con
asombro como su jefe se batía en retirada, en ese instante solo me
quedaba una solución, ahora o nunca, y armándome de un valor
inexistente dije, ¡¡ ahora el siguiente !!, ni que decir tiene que
ante el alboroto y la cobardía que se apoderó de la banda, salieron
corriendo como si el mismísimo diablo les persiguiese. Compungido y
aún temblandome las piernas, noté como se abría la puerta del
Casino y aparecía el conserje, al ver su anhelada merienda en el
suelo me espetó, ¿ que ha pasado Pepe ? Nunca sabré si hice bien o
mal, solo se me ocurrió decirle que, a la entrada de la cancela
había tropezado y se me había caído el paquete que con tanto esmero
le traía a diario, para mi extrañeza, puso cara angelical y dijo,
no te preocupes, a cualquiera le puede pasar eso, acto seguido se
metió la mano en el bolsillo y me dio unas monedas diciéndome, no
te apures mucho y ve a comprar otras, que esto tiene solución.
A
partir de aquel día, vi al conserje de otra manera distinta, supe
que entre todo lo que allí se encontraba dentro, y que creía que
estaba podrido, alguien había que se salvaba de esa idea que había
calado en mi corta sesera.
Cabe
reseñar que, un tiempo después de nuevo apareció la susodicha
pandilla, pero cual no fue mi sorpresa que se acercaron a mi y en un
tono de lo mas conciliador me espetaron, -eres todo un valiente, si
alguna vez necesitas de nosotros, aquí estaremos para ayudarte-.
Jamás
volví a verlos, o al menos mi memoria no recuerda de que hubiese
algún encuentro mas, solo sé, que a partir de ese momento sentí
que, está bien ser buena persona, pero si te dejas avasallar por las
circunstancias, cualquiera puede hacerse con tu voluntad.
Creo
que me he extendido demasiado en mi relato, cierto es que hubo mas
anécdotas, a cual mas curiosas, pero el lector sabrá apreciar y
leer entre lineas que, ni todo acaba bien, ni acaba mal, solo es
según el cristal con que se mire.
Del casino, como bien sabes, tengo yo anecdotas para contar un rato y como no guardo tanto recato como tu podría dar pelos y señales de la cantidad de cabronazos que por aquellos tiempos cruzaban sus puertas. No lo diré, pero si comentaré la cantidad de improperios y ataques a su dignidad que hubieron de sufrir los conserjes a quienes conocí en las tareas de tener contentos y gozosos a los "señores" que por allí aparecían, primero Luis Cordoba, hombre de recto proceder y caracter serio y después Ramón, que hubo de aguantar en aquel quehacer hasta que la suerte de la lotería le acompañó cuando Matute repartió el premio del Niño. No recuerdo al tal Sabino, de quien dices que aún vive. En mis tiempos conocí a Tomasín, hermano de Vicentillo el Carnicero, Guillermo, que después emigro a las catalanas tierras y después José Luis "El Botas", para terminar con Diego. Ahora hace años que no cruzo por su puerta, pero adivino que está, como todo, en franca decadencia. Un saludo Pepe, y sigue con este empeño...
ResponderEliminarPerdona la tardanza en contestar Mauro, ya sé que debes tener muchas anécdotas del Casino. De los que ocuparon el cargo de la cafetería, si recuerdo a todos los que aludes, creo que fue en una etapa anterior a la que tu recuerdas cuando estaba Sabino, ten en cuenta que yo ya estoy en puertas de la jubilación, con lo cual, es posible que no lo hayas conocido.
ResponderEliminarMuchas gracias por tus palabras, y por seguirme, aunque ya sabes que últimamente no me prodigo mucho.
Un abrazo.
Uy Pepe, te imagino tratando de salvar las magdalenas y peleando contra cuatro infieles.Las magdalenas rodarían, pero seguro que tú te sentiste como un héroe al espantarlos a todos.
ResponderEliminarMuy entretenido tu relato que, no sé por qué he tardado en leer.
Un abrazo