Llegué a Las Virtudes una clara tarde de otoño, me disponía a hacer unas cuantas fotos, ya que es una de mis aficiones preferidas, y he aquí, que me encontré con un paisaje, -que por muchas veces que lo había visto-, me parecía diferente. Había una quietud y una calma, que solo invitaban a pasear y reconciliarse con uno mismo, y así lo hice.
Fui recorriendo las Alamedas tranquilamente, hurgando en mi memoria y reviviendo tiempos pasados, recordaba cuando de jovencito me escapaba del pueblo, y con un libro por toda carga, siempre iba a parar a este remanso de paz, me sentaba apoyado en cualquier árbol y dejaba escapar mi imaginación a través de las hojas que iba leyendo.
Eché la vista hacia atrás y añoré esos tiempos, cuando la candidez se mostraba ante nosotros como un pájaro aleteando dentro de su jaula, esperando que una generosa mano abriese la puerta y nos liberase, dando paso a innumerables aventuras que la vida nos depararía, la vida que creíamos seria la liberación de todos nuestros anhelos.
Cerré los ojos y por un momento se llenaron las Alamedas de risas y gente, eran otros tiempos, que no sé si serian mejores o peores, pero diferentes si que fueron, era el tiempo en que los jovenzuelos, en los que ya despuntaba nuestra incipiente sexualidad, eramos capaces de hacer cualquier cosa con tal de tener cerca alguna de nuestras amigas.
Recuerdo, -entre otros- en el famoso juego de “las prendas”, como no podía ser de otra manera, y ante nuestro candor, nos conformábamos en que si el juego te emparejaba con alguna de las chicas que mentalmente, -ya que de palabra no eramos capaces de decirlo- te gustaba, el corazón te daba un vuelco cuando sentenciaban que debías ir cogido de la mano por todas las Virtudes un mínimo de tiempo, so pena de pagar un almuerzo y lo que era peor, la burla de todos los presentes. Y allí íbamos, cogidos de la mano sin mirarnos, y con la cara, -que mas de un gracioso se volvía para decir-, ¡¡no compres hoy tomates, ya los llevas puestos!! .
Que días de San Marcos tan maravillosos, cada cual con su mochila de “nueva generación” y dentro, unos jugosos bocadillos, -que a pesar de que nuestras madres se resistían a concedernos la gracia de ir solos-, claudicaban, y con todo el amor que siempre nos demostraron, los preparaban con todo esmero, y por supuesto, no podía faltar el Hornazo en la mochila.
Cada cual tenia su “pandilla” particular, y creo que sin exagerar, todos creíamos que la nuestra era la mejor, pero dentro de esas pequeñas disputas, por despuntar de los demás, jamás hubo grandes encontronazos entre nosotros, volvíamos cantando al pueblo y casi siempre en el coche de San Fernando, ya sabéis, -unos ratos a pie, y otros andando- , pero con el firme propósito de que al año siguiente, seria mucho mejor.
Volví a abrir los ojos y me encontré de nuevo solo en la Alameda, me acompañaban los trinos de las muchas aves que allí residen, y que en esta época del año, tienen por costumbre irse antes al calor de sus nidos, bebí agua en el Pilar y sus aguas me devolvieron mi figura actual, no tuve por menos que sonreír, ¡¡cuanto hemos cambiado desde entonces!!, pero hay una cosa que jamás ha cambiado, y ha sido mantener la ilusión de ese niño que corría por las Alamedas, quiero seguir así siempre, quiero seguir teniendo intacta la ilusión del niño que todos llevamos dentro.
Cargue de nuevo la cámara de fotos, y seguí mi particular paseo de otoño por Las Virtudes, atardecía, y quería dejar impresa, -no solo en mi cámara-, si no también en mi mente, esos momentos maravillosos que nos brinda la vida, y que ahora, después de mucho navegar por los senderos de la vida, se valorar mas.
Atardeceres de otoño bañados en oro
días de lluvia de hogares encendidos
árboles que se despojan de su manto veraniego
esperando impasibles los rigores del crudo invierno
Sombras de un ayer me recuerdan estos días
sin poder salir a la calle para mostrar mis alegrías
ojos que miraban una cercana reguera
ríos que soñaba en que se convertirían
Barcos de papel mojado, zarandeado y a la deriva
mi caudal de ilusiones intacto, de niñez que un día
llevarían ese barco al Mar, y navegar podría
subirme al mástil, gritar con fuerza ¡¡esta vida es mía!!
Hoy al igual que ayer, sigo creyendo en fantasías
no quiero dejar de soñar, no quiero dejar mi alegría
quiero seguir sintiendo, no quiero melancolías
seguir viendo caer la lluvia, pegado al cristal de la vida
Brincar entre charcos, chapotear hasta empaparme de risas
trazar surcos con el vaho en un cristal, pinceladas de recuerdos
corazones atravesados por saetas de un Cupido imaginario
días de Otoño, días de lluvia, calor de hogar y velas encendidas
José Marín de la Rubia
Me ha encantado, Pepe-
ResponderEliminarBesos.
Elisa
Es un relato precioso Pepe y emocionante , yo también tengo muchos recuerdos de esos días de los que hablas , pero al contrario que tú , yo era muy niña y no iba con pandillas , si no con la compañía de mis padres y otros familiares , pero de todos modos eran días inolvidables, de lo que no cabe duda alguna es que el otoño en ese paraje es impresionante de quietud y de muchos colores que nos ofrece dicha estación.Un abrazo .
ResponderEliminarIsabel
Recordar es volver a vivir, si eso es verdad, yo estoy ahora en los 18 años después de leer el relato.
ResponderEliminarGracias.
Que le vas a contar a un servidor del paraje de Las Virtudes, si se crió en el y alli vuelve cada vez que tiempo y obligaciones se lo permiten. Puedo asegurarte que el techo de la felicidad lo he encontrado en multitud de ocasiones paseando por aquellos parajes. Porque ocurre que muchos habitantes del lugar solo conocen el poblado y no tienen ni idea de las maravillas que se esconden por sus alrededores. La Sierra del Aguila, El Colmenar del Sota, La Chaparrera. En fín, un oasis en medio de esta vasta tierra manchega. Un gusto Pepe, y sigue escribiendo que lo haces de maravilla-
ResponderEliminarSé Mauro por tus escritos anteriores que es un paraje que te es muy familiar, y nombras alrededores también familiares para mi, e incluso añadiría alguno mas, como, el Tomillar, y ahora ya no, pero en mis tiempos, también había dehesas con toros bravos, para que seguir contando, ¿verdad?, eso hay que descubrirlo por uno mismo y.....disfrutarlo.
ResponderEliminarGracias por asomarte a este humilde cajón