Mis recuerdos de colegio
arrancan de las mal llamadas “escuelas de los cagones” en la
calle Solares de Santa Cruza de Mudela. Como signo de identidad,
todos y cada uno de nosotros, -tiernos y pequeños infantes-, debía
llevar consigo el pequeño taburete, sillita o “posaero” en la
que debíamos sentarnos, ya que no era un aula a la usanza, sino una
casa con un extenso patio donde se impartían las “teóricas
clases”. No eran tiempos de guarderías, -esa palabreja ni se
conocía-, era una señora que, dado su precario modo de vivir en
esos tiempos, se las ingenio para dar acogida a los alevines que no
tenían la suficiente edad como para incorporase a los estudios, y de
paso, -además de dejar en paz a las madres para que hiciesen sus
labores-, sacar algunas “perras” con las que sobrellevar las
carencias propias que imponía la posguerra. La Sra,. Pilar -así se
llamaba- nos introdujo en el siempre difícil y a la vez grandioso
arte de aprender a leer y escribir allá por el año de 1953-54, fue
mi primera experiencia y contacto con las letras. No había
castigos, solo se nos asustaba con el consabido lema de que, si no te
sabias la lección, te quedarías castigado a comer “gachas con
picante”, ante estas severas advertencias, de esta guisa aprendí
mis primeras palabras orales y escritas, que si bien nunca se llevó
a cabo el consabido quedarse a comer las famosas gachas, hizo bien a
todos, ya que ante la amenaza, y la corta edad que teníamos,
poníamos todo nuestro empeño en recitar todas y cada una de las
silabas que nos iban dictando y en palabras de la Sra. Pilar -según
esta señora- le comunicó a mis padres que yo era un aventajado, y
que tenia grandes posibilidades en la vida en estos menesteres, gran
señora, pero creo que me valoró en demasía.
Como el tiempo pasa sin
remisión para todos, llegó el momento en que ya tenia edad para
comenzar mis estudios mas seriamente. Mis padres optaron, después
de arduas y duras conversaciones, -ya que no era fácil lo que se
proponían- enviarme al colegio de las
Concepcionistas, en otras palabras y para que todos me entiendan, al
colegio de las Monjas.
Aquí comenzó,
propiamente dicho, la primera experiencia escolar de mi vida. Esta es
una etapa que quedaría grabada en mi memoria, así lo atestiguan
mis recuerdos, si no, ¿ a cuento de que iba yo a hacer alusión a
esto ?.
El colegio de las Monjas
tenia algo especial, -al menos para los niños varones de esa época-,
ya que una vez cumplidos los siete años de edad, y tras hacer la
primera comunión, debíamos abandonar el colegio, allí solo podían
continuar los estudios las niñas. Nunca tuve ni la mas remota idea
el por qué de esta decisión, solo sé, que se acataba en el pueblo
y nada mas.
Recuerdo
-como comentaba anteriormente- esa etapa de mi vida como algo
distinto. Allí me inculcaron, -además de estudiar-, a ser
respetuoso con las personas, a ser educado y no ser orgulloso. Sé
que mas de uno no tendrán tan buenos recuerdos como yo de esos
días en el colegio de Las Monjas y de las clases, pero es lo que mi
acontecer de la vida en ese colegio me quedó en la memoria. -salvo
en una ocasión- en la que mi madre y mi tía tuvieron que intervenir
y poner una queja (la cual fue escuchada y puesta en practica por la
Madre Superiora) salvo ese percance, nunca tuve el menor problema en
el colegio, todo lo contrario.
Como no recordar de esos
tiempos a mi profesora Sor Victoria, que pese al mal carácter que
tenia, también sabia inculcarnos los métodos que mejor se ajustaban
para que fuésemos unos alumnos aventajados, no solo en los estudios,
sino en cuanto a educación y respeto hacia los demás, (cosa que
hecho de menos en la actual educación), y aunque poco trato tuve que
ver con Sor Josefina, -que dicho sea de paso se desvinculó de la
orden-, era también una gran profesora.
Y que decir de la hermana
Mónica, la “portera” , ya que por su avanzada edad se preocupaba
de la puerta del colegio, presta siempre a ayudarte para entrar y en
orden, y aún con el paso de los años, sigo viendo su cuerpo flaco y
un tanto amagado, pero con su sempiterna sonrisa en los labios.
Anécdotas de ese tiempo
vivido tengo para llenar unos cuantos folios, pero seria muy prolijo
de enumerar, y no es mi intención aburrir al sufrido lector en dar
toda clase de explicaciones, que incluso creo que pensarían que son
banales y aburridas. Basta con decir que fueron muchas, diversas y
con distintos finales, para que se hagan a una idea solo apuntaré un
par de ellas, quizá las que mas recuerdo me dejaron. La primera fue
ser el primero en llegar a la meta en una carrera de sacos, -creo que
nunca mas he llegado el primero a ningún sitio- y recibir una bolsa
llena de caramelos, imaginaos en una época en la que los caramelos
solo se veían y degustaban solo por fiestas o ferias, ¡¡aún me
embarga la emoción!!
La segunda fue hacer una
obra de teatro, nada mas y nada menos que Blanca Nieves y los siete
Enanitos, (conservo fotos en blanco y negro de esa obra), pero claro
todo no iba a ser bueno, como yo tenia incontinencia verbal y no
paraba de hablar, decidieron que debía hacer el papel de mudito, no
fuese que estropease el papel de los demás y no dejarles hablar en
toda la función, eso si, tuve mi momento de gloria efímera, se me
asigno una escena en la que yo debía salir solo al escenario medio
en penumbra, con una vela encendida buscando a mis compañeros de
corta talla y gesticulando, ya que yo era el “mudito”.
Una vez terminada esta
fase y dejar el colegio de las Monjas, otra cosa bien distinta fue
cuando tuve que emigrar, -cumplidos los siete años anteriormente
citados- a otros colegios del pueblo, a partir de ahí, si que fue
para mi un verdadero calvario.
En primer lugar fue ir a
parar a las escuelas de la Falange y de
las JONS, estaban en lo que hoy (los que tenemos
recuerdo de esos años) al lado de la casa de Toledo, allí me
introdujeron para seguir mis estudios, y aunque vago recuerdo de
ellos tengo, si que se grabaron a fuego con toda claridad los
pescozones, retorcidas de orejas y algún que otro “guantazo” por
parte de “ínclito” prócer que en esos años campaba por sus
respetos, el Sr. Cachito. No sé -ni nunca me lo aclararon- porque
este Sr. debía impartir lo que ahora llamamos educación, ya que, y
desde la larga distancia que me separa, nunca pude ver educación
ninguna en la que impartía, ya que lo que mejor sabia hacer, era
repartir “hostias” a diestro y siniestro, ponernos de rodillas
con los brazos en cruz y libros en las manos. No se si por suerte o
por casualidades de la vida, (comienza a fallar la memoria) me
trasladaron a las escuelas del “Jardinillo”.
Aunque al principio pensé
que para mi triste figura al fin había llegado la suerte, no fue
tal, ya que el profesor que me tocó, Don Eduardo, que si bien no
solo hacia que pasar los días esperando su jubilación y dando
tortazos a quien no fuese capaz de decir una frase completa, se
regocijaba en ir detrás de su propio hijo cuando algo no lo sabia,
(Ginés para mas señas) por toda la clase propinándole toda clase
de tortazos e improperios, que , una vez pasados tantos años, pienso
que lo hacia adrede, para que los demás nos diésemos por aludidos y
pensásemos, si esto lo hace con su propio hijo, ¡¡¡ que nos
esperararia a nosotros !!!.
Cuando en alguna ocasión
este profesor estaba enfermo o no podía acudir a clase, nos pasaban
al aula de Don Francisco, ¡¡ eso era otra cosa !! un gran señor,
que se hacia de cruces de ver como los que supuestamente teníamos
que ir mas adelantados, o como mínimo igual que los alumnos de su
aula, estábamos muy por detrás de los que el tenia a su cargo, y
con suma paciencia nos explicaba lo que a su parecer debíamos tener
mas que asumido. Decir que sentía vergüenza es poco, tenia ganas de
que la tierra se abriese y me tragase, ya que sus alumnos, eran muy
superiores a nosotros en conocimientos.
No sé la relación que
podían tener entre profesores, pero a mi corto entender de esos
años, no creía que fuese muy grata, ya que el citado Don Eduardo
intentaba por todos los medios que aprendiésemos que la letra con
la sangre entra, mientras Don Francisco era todo un señor, que tenia
la suficiente paciencia para educar a su clase con el mayor respeto
posible dado los años en que esto ocurría.
Como anécdotas de estos
años recuerdo como nos hacían ir por turnos a preparar la leche en
polvo que de los EEUU nos enviaban para que no muriésemos de
inanición las generaciones de la pos-guerra, y los que eramos
afortunados en ir a prepararla en un cuartucho inmundo, nos
atiborrábamos a beber la citada leche -con sus grumos incluidos-,
ya que en nuestras humildes casas carecíamos de tan preciado tesoro
como era lo mas indispensable para nuestro crecimiento, la leche.
Es obvio que lo citados
EEUU no hacían nada en gratis, ya que en los recreos, teníamos la
oportunidad de tomar toda la Coca-Cola que quisiéramos, así se
aseguraban unos potenciales consumidores y toda su generación
venidera, y sin querer ser repetitivo, a las pruebas me remito, salvo
unos cuantos, ¿quien no bebe Coca-Cola desde entonces ?.
En estas condiciones y
cuando tenia nueve años, no tuve mas remedio que ayudar a la
familia, mis padres no podían soportar las cargas de esos tiempos y
había que echar mano de todo lo que se pudiese, así que no tuve mas
remedio que ir por la mañanas al colegio y por las tardes ejercer la
función de botones del Casino, allí tuve muchas y variadas
experiencias, pero eso ya lo contaré en otra ocasión.
Tuve que realizar en las
escuelas nocturnas varias clases, para así al menos tener el
certificado de estudios elementales.
Así que amigos, sin el
menor rubor, os expongo aquí lo precario de mi educación y mi
devenir en los colegios de mi infancia. Supongo que a partir de ahora
podréis disculpar mi falta de léxico que pudiese incluir en mis
pequeños escritos, que tan buena acogida han tenido por parte
vuestra y lo que agradezco desde el fondo de mi corazón.
Pepe Marín
P.D. No es mi intención
herir susceptibilidades de nadie, al nombrar a personas o sitios,
solo apunto lo que en mi memoria quedó, y si alguien se da por
aludido, vaya por delante mis mas sinceras disculpas.
Creo que lo que narras es más o menos lo vivido por los niños que nacimos en la década de los 50.
ResponderEliminarGracias por devolvernos los recuerdos de nuestra niñez.
Seguro que pensaste en un servidor cuando escribías eso de que algunos no debemos de guardar buen recuerdo de las sórdidas murallas del convento Concepcionista, ¡como habría de guardarlo si fue allí donde me enseñaron lo que escuecen las hostias sin consagrar!. Por cierto, si dices que Madre Mónica era vieja cuando tu ibas por aquellos lares, imagínate como estaría cuando me enseño a mi la cartilla primera allá por el 65 calculo,igualica, igualica que una pasa y como un Don Quijote sin dientes. A Cachito tuve la suerte de esquivarlo pero aún recuerdo los aullidos que emergían de su academia sita en la Calle Inmaculada, (no recuerdo que tuviera escuela cerca de la casa de Toledo, que era al lado de donde yo vivía en la calle de Máximo Laguna, frente al casino). ¡Cuantos varazos daría este hombre con los palos zambomberos que más de cuatro gilipollas le traían del vasto campo santacruceño para ganar sus favores!. Jesús Vacas el cartero, a quien habrás de conocer, dice que aún le dan temblores cuando pasa por la plaza donde está la biblioteca y ve la placa que lleva su nombre en honor a no se sabe bien que; debía ser por los méritos alcanzados partiendo huesos con la badila del brasero. Y de Don Eduardo que quieres que te diga, también lo esquive salvo en las contadas ocasiones en que sustituía a Don Eugenio, que era mi buen maestro y después mejor amigo. Si recuerdo que fue, Don Eduardo, director en sus últimos años de docencia y buena fama no tenía. A Don Francisco también lo tuve como profesor y cierto es que era serio y seriedad exigía cuando impartía sus clase con sabiduría y maestría. Y me voy que como me descuide te monto un artículo con mi comentario. Me han gustado mucho estos recuerdos amigo. Un abrazo y como siempre decimos, haber si nos vemos algún día.
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