lunes, 6 de febrero de 2012

DE LOS ANTIGUOS CARNAVALES







Los carnavales que yo recuerdo del pueblo solo son vagos, ya que me fui del pueblo allá por 1967 a hacer mis “particulares Américas” por nuestra ajada piel de Toro. Pero siempre puedo echar mano de algún familiar, en este caso ha sido mi hermano Rafael el que ha arrimado a mi ignorante memoria algo que él si ha vivido (y disfrutado)  parece ser que, ni son lo que eran, ni lo serán. Algunos dirán que para bien, otros que para mal, pero la ironía, el desparpajo y sobre todo la imaginación desbordante que había, dada la censura que se ejercía en la sociedad de esos años, que veían como un ataque directo a las buenas y sanas costumbres cristianas (?) echaban mano del ingenio para ridiculizar a todo lo que se pusiera de por medio, y de paso, hacer de esos días una fiesta continua.

De estos menesteres me hablaba mi hermano, y yo tomando buena nota para dejar constancia de lo acontecido en ese periodo, que lucia antes de que llegase “Doña Cuaresma”, con su cara avinagrada y sus recetas de como ir al Averno si no cumplías con lo dictado. Supongo que ahora eso no ocurre, y por una parte está bien que nos quitásemos las cadenas mentales que nos hacían ablandar las meninges, por otra lo expuesto anteriormente, la ironía y el desparpajo se han ido perdiendo, aunque valga lo uno por lo otro.

Tal y como me lo ha contado mi hermano, así lo expreso y dejo constancia.

Voy a recopilar lo que me acuerdo de los famosos y divertidos carnavales de Santa Cruz de Mudela. Allá por los años 60 al 65 aproximadamente, -yo tenia entre 15 y 20 años-, los carnavales eran sensacionales, la gente se divertía, se lo pasaba de maravilla, no había maldad, pero si un poco de picardia a la antigua usanza. Recuerdo que se celebraban haciendo un recorrido por las calles: San Sebastián, Ramirez Lasala, Cruz de Piedra, Juan Domingo para regresar de nuevo a San Sebastián, a lo largo del recorrido había infinidad de tascas, en la mayoría de los casos de locales como zapaterias, tiendecitas e incluso particulares, como las entradas o portales que los acondicionaban para tal fin, allí degustábamos los vinos, el Vermouth, el Anís o lo que buenamente se podía, acompañado de los “cheches” y las famosas aceitunas “luneras”, y aunque todo era a granel (ahora llamado garrafón) típico de la tierra y sano, se cogían unas cogorzas de aúpa. Eso si, a las dos horas ya estabas como nuevo y a seguir bebiendo.

Luego estaban los famosos bailes que se montaban, unos que ya existían para bodas, como el famoso salón de Coronado, el de los Piñas, este en la calle Cruz de Piedra, y el no menos famoso Salón de Recreo, llamado vulgarmente “el Casino de los ricos”, le seguían en orden de categoría el Hogar del Productor en la calle Ramiro con su peculiar sobrenombre de “el Casino de los pobres”, y ya puestos a poner nombre a todo, después estaba la nave de los Pescaderos, situada en la calle San Marcos esquina a Inmaculada.

Todos ellos, sin excepción, los acondicionaban para los famosos bailes del carnaval, con unas orquestas tocando y cantando en directo, (no existía el Play back) que hacían las delicias de todo el que nos acercábamos a bailar, de entre ellas la que mas recuerdo que iba al casino era la orquesta Iberia. Que juergas y jaranas nos montábamos hasta las 5 o las 6 de la madrugada, como volaban las gambas, cigalas, las botellas de vino, cerveza y para rematar los “cubalibres” y si se podía, también rodaban las botellas de Champaña.

Como anécdota comentaré que, estaba permitido -según la dictadura que padecíamos-, el disfrazarse de mascara pero, ¡¡sin taparse la cara!!, días anteriores al carnaval y pregonado por orden de la autoridad, o sea, el Alcalde, bajo penas algo insulsas y de ninguna manera aceptadas.

Lo bueno y gracioso del caso es que la primera persona que se disfrazaba y salia a la calle y con la cara tapada ¿quien era? ¡¡la mujer del alcalde!! y a partir de ahí y por si había alguien que era remiso, el desmadre era total, pero todo con muy buena armonía.

En esos días se aprovechaba la picaresca para acercarse a alguien que te gustase y poder estar a su lado sin que nadie te señalase con el dedo, ya que, tanto tu familia, como de la persona en que te fijases, solía terminar con una reprimenda por parte de los familiares afectos, y así, -aunque efimeramente-, podías estar un rato agradable sin levantar sospechas.
Como recapitulación comentaré que, llegado el día del entierro de la Sardina, no tengo por menos que recordar a los famosos “Chuletas”. Era digno de ver como preparaban y desarrollaban desde las tejeras y Alfarerías el entierro del pescado en cuestión.

Al rededor de las 5 de la tarde salia la procesión, todo ello en el mas estricto duelo, largos velos negros, el ataúd pequeño pero coqueto con su “pescaito” dentro, y no sé si por verdadero luto, o por el vino ingerido anteriormente, llorando amargamente todos los concurrentes, solía terminar el itinerario en la plaza del pueblo, y mas concretamente en el Bar de Los Botas, en el cual ya se habían congregado bastantes de los afectados por tan luctuoso hecho, y entre los cuales se encontraban entre otros, Sabanillas, Tomasín y algunos mas que no recuerdo, que habían ya abandonado sus organillos tirados por un burro, con los que recorrían las calles del pueblo amenizando con sus chotis y pasodobles esos días festivos, y ahogando sus penas, (aunque nunca lo consiguieron) en un mar de lagrimas y vino esos días festivos que daban a su fin.

Recuerdos inolvidables de esos años carnavalescos que, aunque se sigan celebrando, no se hacían con tanta malicia, y sobre todo, sin sustancias que alterasen nuestros organismos, ya que para divertirnos, teníamos el vino de nuestra tierra y las ganas inmensas de pasarlo bien, reírnos, hacer reír a los demás, y sin malos rollos.



© Pepe Marín




2 comentarios:

  1. Pepe, muy bueno tu relato. A mí me costó un castigo de mi monja, al preguntar ella: "quién ha ido a ver las máscaras?"Y yo con la ignorancia propia de mi edad, sabiendo que no se debía mentir, lavanté la mano, y claro, como era pecado según ellas... castigo y regañina al canto.Vendito sea Dios, que trauma con aquello del pacado!

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  2. Coño con las monjas. En mi tierna infancia si osabas colocarte una mascara carnavalera, automaticamente eras coronado con unas excelsas orejas de burro y paseado, para sonrojo y pudor, de clase en clase para la mofa y escarnio de todo el que te veía con tan enormes orejones. Un servidor recuerda muy vagamente el carnaval que relatas, anunque si me viene a la memoria la tasca que ponía mi padre, (...el cojo Villanueva), en su zapatearía de la calle San Sebastian, casi enfrente del salón de Coronado. En mis años mozos,(... la semana que viene intentaré dar fin al relato que narra aquellos hechos), conseguimos levantar mucho el carnaval a la antigua usanza, sin tanto fasto y derroche de vestiodos y trajes que apenas dura lo que tarda en transcurrir el desfile. Buena entrada Pepe. A seguir con este empeño.

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